domingo, 8 de marzo de 2009

¿Isaac Goldemberg existe?

Eduardo Gonzalez Viaña

Me parece que nos conocimos el año 76, la primera vez que vine a este país, pero ese puede ser un recuerdo inventado. Existe, incluso, una anécdota acerca de cómo fue nuestro encuentro, pero me ha sido narrada tantas veces durante estos últimos años y con tantas variantes que no creo que sea completamente cierta, ni tampoco puedo decir cuál de los dos es el que recuerda y funge de narrador en esa historia. Lo peor de todo es que los dos somos narradores.

Ocurrió en New York, según lo que me han contado, y más precisamente, en una reunión en el Village. Nos hallábamos dentro de un grupo de personas cuyas principales actividades eran el teatro y la pintura. Se hablaba en inglés, y sin embargo no sé por qué sospeché que el tipo que se hallaba a mi costado entendía castellano. O quizás fue él quien me lo preguntó:

-Do you speak Spanish?
-Claro que sí. Soy peruano, ¿sabe?
-!Que coincidencia!… Yo también lo soy.

La conversación del grupo se reanuda. Quizás el tema es Jimmy Carter, el candidato demócrata de ese año, o quizás no porque, en este tipo de charlas, cada persona tiene un tema que no necesariamente comparten los demás, y la más conmovedora muestra de solidaridad humana se da en el hecho de que nadie escucha a nadie, pero todos hablan y parecen sentirse muy contentos de ello.

-Bueno, yo soy del norte del Perú.
-Otra coincidencia más. También yo lo soy.

Una señora me llama a un lado para preguntarme qué opino sobre el pintor que acaba de inaugurar una exposición en la galería del costado, y esto corta por un instante las coincidencias.-Es un pillo, un suplantador, un plagiario.No tengo tiempo para decirle a la señora que no he acudido al “vernissage”, pero no le importa. Más bien, está interesada en que conozca su opinión.

-¿Y tú qué haces? –
Aprovecho un descuido de la señora para preguntárselo a Isaac. O quizás es al revés:
-Escribo cuentos y novelas.
-No puede ser. Eso es lo mismo que yo hago.
Para acabar con las coincidencias, me dijiste que al igual que yo eres del norte del Perú.
Bueno, pero supongo que no de la provincia de Pacasmayo. ¿No?
-De allí mismo.
¿Y en qué distrito de la provincia has nacido?
-En Chepén, en la calle Lima
- respondemos los dos al mismo tiempo.
(Creo que aquí falla el relato porque tendría que haber un tercer personaje que pregunte.)

De eso hace casi un cuarto de siglo y nunca nos hemos vuelto a ver, si es que aquella vez de veras nos vimos. Quienes repiten la anécdota no dicen si en esos momentos yo había leído “La vida a plazos de don Jacobo Lerner”, esa soberbia novela de Goldemberg cuyo tema es la vida de la comunidad judía en el Perú. Claro que tampoco pueden saberlo, pero sí, ya la había leído, y me parecio realmente extraordinaria. Fue publicada en inglés y en castellano y mereció reseñas elogiosas del New York Times, Newsweek, The New Yorker, entre otros, y sin embargo nada de eso prueba que Isaac y yo nos hallamos conocido. Es más, últimamente llegó a mis manos otro texto suyo, un voluminoso ejemplar de “El Gran Libro de América Judía”, la antología más completa sobre la vida, milagros, obras y peregrinaciones del Pueblo del Libro en este continente. Una novela más –“Tiempo al tiempo” y cinco libros de poesía completan una obra que ha sido traducida al inglés, francés, hebreo, italiano y alemán.

Después de la vez que nos vimos en New York (suponiendo que nos vimos), nos hemos cruzado decenas de veces en el Perú. Nuestros tiempos de vacaciones coinciden y, durante el verano gringo, hemos estado los mismo días en Cusco, Lima, Trujillo y Chepén, y generalmente en medio del mismo grupo de amigos, pero siempre ha habido alguien que me ha dicho que “justo hace cinco minutos estuvo Isaac aquí” y de inmediato me ha relatado la famosa anécdota. Lo único que suele variar es la ciudad donde nos conocimos que a veces es también San Francisco como puede ser Sevilla, París o Jerusalem

El asunto viene a cuento porque hace unos años coincidimos en Lima durante la Feria Internacional del Libro e incluso en el mismo ámbito- la presentación de mi libro “El Correo Invisible”- pero los invisibles fuimos nosotros. No recuerdo haberlo visto dentro de la concurrencia. Por su parte, Isaac no sabe qué pasó, pero tampoco puede decir que me vio, y por lo tanto tendremos que esperar algunos años para que alguien invente alguna anécdota sobre un presunto encuentro de nosotros en esa ocasión.

Decía que han pasado 24 años sin que nos volviéramos a ver. Y sin embargo, ahora estamos en contacto. Hemos tenido que esperar para ello a que se inventen el Internet y el correo electrónico, y ellos nos traído todavía más coincidencias.

El primer e-mail de Isaac me dice:“Entré al Correo Invisible y me he quedado maravillado con tus artículos y las coincidencias:
también yo soy Escorpión (15 de noviembre),
los dos chepenanos y, encima, judíos.
Porque no me vas a decir que tu viejo con ese apellido
- (González) LEON- no desciende de conversos.
Creo que ya es hora de que escribamos una novela, dos corazones y dos cerebros, que es como decir a cuatro manos…”

Lo cual quiere decir que nos hemos reunido invisibles y en medio de un correo invisible. Y, además de eso, el asunto es que hasta ahora no he encontrado jamás a Isaac en el teléfono que me deja en su mensaje, y toda nuestra comunicación se sigue haciendo a través de una dudosa, sospechosa, hipotética computadora que llama al escepticismo tanto como la incierta anécdota que nos junta.

¿Isaac Goldemberg existe? Puede haber existido y haberse borrado de un momento a otro. No lo podemos saber. No hay una prueba irrevocable de su presencia en el mundo, y eso nos suele ocurrir a los cuentistas, y a todos los que hablamos con palabras mágicas sin saberlo.
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Fuente:
http://www.elcorreodesalem.com/

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